Estar rodeada de gente, en medio de una clase, reunión social, multitud, pero sentir que hay algo que te aparta. Estar en una charla, con gente -en teoría- semejante, hablar de un mismo tema, y no sentirte cercana.
A pesar de frecuentar los mismos lugares y conocer la misma gente, no estamos en sintonía. Hay algo distinto. Yo me siento distinta.
Un día noté algo. Un atisbo de diferencia, simple, mundano, tonto: el calzado. Vi mis zapatillas un tanto gastadas al final de mis piernas y de pronto las entré a cuestionar. Llegué a la conclusión de que en realidad no me gustaban tanto, y ahí pasé a preguntarme "¿por qué las uso, entonces?", que derivó en "¿qué me gustaría más?" y un tanto desorientada, los usé de referencia, entré a ver sus zapatos. Altos, con más porte. Los compré.
Pero noté que mis zapatos ya no tenían coherencia con el resto, entonces compré ropa que combinara. A eso le siguió el abrigo. El bolso, el color de pelo y hasta algunas costumbres.
A medida que me iba llenando de cosas nuevas -reemplazando las viejas-, veía como en realidad no desencajaba tanto. Ya no resaltaba de alguna manera, me ajustaba con el panorama. Me vi como una igual. Me vi igual. Y eso de pronto, no me gustaba tanto. Porque, a pesar de todo, me sentía igual de diferente.
Y volví al cuestionamiento de la zapatilla como en un ciclo infinito.
Pero esta vez no era tan fácil.
No era la zapatilla el problema.
No eran ellos.
Era yo.
Conmigo.