You just can't buy illusions

01 noviembre 2016

Y saber que te hace bien cuando el amor que sentís por él se funde con amor propio y que de esa intensidad se desprenda tu lugar en el ahora y con el mundo.

18 octubre 2016

Era difícil verbalizar todo eso que me generaba, como escucharlo hacía sentir que todo valía la pena, mi forma de analizar las cosas, la verborragia, los viajes largos y los besos como relámpagos, como me hacía brotar algo tan intenso pero a la vez tan comedido, ¿cómo expresarselo en una frase tan trillada o en una convención tan poco excitante?
Pero no hacía falta. Yo exudaba amor, y él lo sabía.

Hummingbird.

Y en ese momento dejé de pensar, o más bien, tenía la mente tan cargada de pensamientos que en la vorágine todos se condensaron en una masa que cada vez se inflaba más y al explotar me dejaron vacía, pero a la vez llena del sonido, de las luces, de la adrenalina, y me pregunté sobre los orígenes de la luz y la música y de la gente que se agrupaba a apreciarla y como desde ese inicio pasó el tiempo hasta llevarme ahí, en esa muchedumbre que rebotaba al son de la guitarra y cuyo (no) pensamiento colectivo se manifestaba en los gritos y en los cantos tan coordinados, con tanta energía, que en ese instante nos reflejaba, éramos eso, la energía.

16 mayo 2016

Entre el diseño y los temas tocados anteriormente en otras entradas, ya no veo que este blog sea un reflejo de lo que soy ahora, sino un menjunje de lo que me ayudó a ser como soy. ¿Debería cambiarlo?
(siento que estoy matando mi adolescente interna, que con mucho cariño pasó horas de su vida confeccionando este blog. Pero ya se fue y me dejó al mando. No sé)

En sus zapatos.

Estar rodeada de gente, en medio de una clase, reunión social, multitud, pero sentir que hay algo que te aparta. Estar en una charla, con gente -en teoría- semejante, hablar de un mismo tema, y no sentirte cercana.
A pesar de frecuentar los mismos lugares y conocer la misma gente, no estamos en sintonía. Hay algo distinto. Yo me siento distinta.
Un día noté algo. Un atisbo de diferencia, simple, mundano, tonto: el calzado. Vi mis zapatillas un tanto gastadas al final de mis piernas y de pronto las entré a cuestionar. Llegué a la conclusión de que en realidad no me gustaban tanto, y ahí pasé a preguntarme "¿por qué las uso, entonces?", que derivó en "¿qué me gustaría más?" y un tanto desorientada, los usé de referencia, entré a ver sus zapatos. Altos, con más porte. Los compré.
Pero noté que mis zapatos ya no tenían coherencia con el resto, entonces compré ropa que combinara. A eso le siguió el abrigo. El bolso, el color de pelo y hasta algunas costumbres.
A medida que me iba llenando de cosas nuevas -reemplazando las viejas-, veía como en realidad no desencajaba tanto. Ya no resaltaba de alguna manera, me ajustaba con el panorama. Me vi como una igual. Me vi igual. Y eso de pronto, no me gustaba tanto. Porque, a pesar de todo, me sentía igual de diferente.
Y volví al cuestionamiento de la zapatilla como en un ciclo infinito.
Pero esta vez no era tan fácil.
No era la zapatilla el problema.
No eran ellos.
Era yo.
Conmigo.