You just can't buy illusions

16 mayo 2016

Entre el diseño y los temas tocados anteriormente en otras entradas, ya no veo que este blog sea un reflejo de lo que soy ahora, sino un menjunje de lo que me ayudó a ser como soy. ¿Debería cambiarlo?
(siento que estoy matando mi adolescente interna, que con mucho cariño pasó horas de su vida confeccionando este blog. Pero ya se fue y me dejó al mando. No sé)

En sus zapatos.

Estar rodeada de gente, en medio de una clase, reunión social, multitud, pero sentir que hay algo que te aparta. Estar en una charla, con gente -en teoría- semejante, hablar de un mismo tema, y no sentirte cercana.
A pesar de frecuentar los mismos lugares y conocer la misma gente, no estamos en sintonía. Hay algo distinto. Yo me siento distinta.
Un día noté algo. Un atisbo de diferencia, simple, mundano, tonto: el calzado. Vi mis zapatillas un tanto gastadas al final de mis piernas y de pronto las entré a cuestionar. Llegué a la conclusión de que en realidad no me gustaban tanto, y ahí pasé a preguntarme "¿por qué las uso, entonces?", que derivó en "¿qué me gustaría más?" y un tanto desorientada, los usé de referencia, entré a ver sus zapatos. Altos, con más porte. Los compré.
Pero noté que mis zapatos ya no tenían coherencia con el resto, entonces compré ropa que combinara. A eso le siguió el abrigo. El bolso, el color de pelo y hasta algunas costumbres.
A medida que me iba llenando de cosas nuevas -reemplazando las viejas-, veía como en realidad no desencajaba tanto. Ya no resaltaba de alguna manera, me ajustaba con el panorama. Me vi como una igual. Me vi igual. Y eso de pronto, no me gustaba tanto. Porque, a pesar de todo, me sentía igual de diferente.
Y volví al cuestionamiento de la zapatilla como en un ciclo infinito.
Pero esta vez no era tan fácil.
No era la zapatilla el problema.
No eran ellos.
Era yo.
Conmigo.